"EMPECÉ A CORRER ALLÁ POR 1908..."

Por ENRIQUE SÁNCHEZ ORTEGA

Hizo la escuela clásica de los pioneros del automovilismo: bicicletas, motos y después la aventura de los ingobernables cuatro ruedas. Convivió con todos los personajes legendarios que hicieron, como él, nuestro automovilismo deportivo. Ganó su primer Gran Premio en 1927 y repitió el triunfo en 1930. Estuvo dos veces en las 500 Millas de Indianápolis, estableció un récord mundial de velocidad en motos y hoy, más de medio siglo después, recuerda cada uno de aquellos momentos que vivió tan intensamente

“¡Dale de nuevo a la manija, Negra!”, gritó desde la catrera el fioca medio atorrado.

Y la Negra, obsecuente, le daba vueltas una vez más a la cuerda y la victrola gangosa, amanerada por el tono que le daban las revoluciones que siempre eran muchas más que 78 por minuto, rezongaba con el fondo llorón y cansino de violines y bandoneones muy sincopados...

Hoy tu nombre con razón
a la historia pasará
y grabadas llevarás
tus hazañas de varón
escritas sin borrón
para que todo argentino
sepa que fue Gaudino
hombre de condición.

¡Chaaan-chán! Así terminaba la última estrofa y, con el clic clic de la púa golpeando contra la etiqueta, se apagaba la voz de Rosita Quiroga en el disco Nacional con letra y música de Julio Vivas y Gradito. Todo estaba cargado de admiración hacia el ganador del Gran Premio Nacional de 1927. Al dueño de los circuitos de polvo y barro y banquinas, al prototipo del héroe popular, self-made man de aquel entonces. De aquellos días de voiturettes, coperas y mucho “Armenonville” para los niños bien. Aquellos cajetillas que por aquellas cosas rodeaban a Juan Antonio Gaudino, un ex ciclista y ex motociclista que se había sumergido en la moda o pasión del automovilismo.

Porque Tunin Gaudino no era como ellos. Era solamente un inmigrante nacido en 1894 en Turín y trasplantado tres años después a esta aventura que era el destierro a las pampas sudamericanas. Un “tano” inmigra dispuesto por esas cosas innatas al deporte, que empezó por las dos ruedas pedaleadas. De allí dice él que aprendió todas las mañas y picardías que años después iba a aplicar en las carreras de motos y más tarde en el automovilismo. Un pibe que empezó a correr en 1909 (¡nada menos!), cuando Dartiguelongue lo contrató para que, con una Alcyon, fuera ayudante de equipo. Un título rimbombante que equivalía a decir “volteador”, el encargado de voltear a los rivales del equipo.

Sesenta y cinco años después de su debut en las carreras, Gaudino sigue vivito y coleando. Justamente por eso: hacer una nota sobre su actividad es imposible. Habría que hacer una Biblia. Tantos años son millones de cuentos y anécdotas, que a medida que pasan los años cuesta traerlas de nuevo desde el más allá para los que no vivimos aquellos días.

Pero siguió. “En 1910-1911 estaba dedicado completamente a las bicicletas.

“En 1918, más o menos, pasé de las bicicletas a las motos. Corrí con B.S.A., Excelsior durante mucho tiempo y Harley Davidson, la marca que más quise y con la que logré un récord mundial. El 20 de enero de 1924, en el circuito de Morón, conseguí la marca mundial de velocidad luego de andar doce horas y rebajar en ese medio día cinco kilos y medio de peso. Pero eso no me hizo ningún daño porque yo me había habituado a los entrenamientos rigurosos desde los días que corría en bicicleta. Normalmente me levantaba a las tres y media de la mañana y a las cuatro salía al camino a pedalear. Me iba a Luján o hasta La Plata respirando el aire puro del amanecer, de esa forma me oxigenaba y no necesitaba recurrir a la “pichicata” para no cansarme como los corredores de hoy día.”

En 1922, siguiendo el ciclo evolutivo lógico pasó a los autos. Con la gran escuela y experiencia de las bicicletas y las motos sobre el lomo. Empezó con un Gardner en una carrera de Buenos Aires a Rosario y llevaba pintada la publicidad de cigarrillos Particulares, por la que le dieron 15000 pesos de aquellos, una barbaridad de plata. Después fue hombre de la marca Hupmobile y más tarde, definitivamente, de Chrysler. Aunque alguna vez intentó alguna picardía con Peugeot o con Fiat.

En 1927 ganó su primer Gran Premio. La prueba de fuego y el acceso a la fama del automovilismo heroico de los tiempos cuando Frank Sinatra era un bambino...

“Salía a recorrer la ruta y a entrenarme viajando detrás de los camiones, en medio de la nube de tierra. De esa forma aprendí a correr a ciegas. A “grabar” el camino sin verlo. Con las asentaderas sentía cuando se acercaban las curvas, y si podía me fijaba en los postes telefónicos para pegar el volantazo del viraje. Me entrenaba todo un mes antes de las carreras. Después aplicaba lo que había aprendido con las motos y las bicicletas, como por ejemplo aprovechar la confusión de las largadas y salir pegado a los alambrados más de 500 metros hasta adelantarme al pelotón.

“Todos querían largar adelante en aquel entonces. Pero yo prefería salir en el medio o atrás. Porque tenía algunos secretos de manejo que no se los decía ni siquiera a mi hermano. Largábamos siempre en Morón las carreras de larga distancia, y yo siempre tenía que estar primero al llegar a Pergamino. Pero una vez no se me dio. Al llegar a Pergamino, lo tenía a Zatuszek 100 metros delante de mí. De allí doblamos para San Nicolás y el Mercedes se me alejó como 1 kilómetro y medio. Pero cuando estábamos cruzando el Arroyo Seco, me le pude poner a la par. Me le colé en su nube de tierra y le empecé a meter la trompa. Cuando lo tenía a la par apretaba el embrague (porque tenía resto) y le aceleraba en vacío. Podía pasarlo pero no quería. Como el Mercedes de él tenía un compresor que no se podía conectar todo el tiempo si no de a ratitos muy cortos, mis intenciones era exigirlo de tal forma que conectara mucho el compresor y reventara todo...

“Me le ponía a la par y El Alemán conectaba el “chancho”. Me sacaba como cincuenta metros y cuando largaba el compresor lo volvía a alcanzar y le sacaba medio coche de ventaja.

“¡Llegó a Rosario con dos bielas fundidas!

“En otro Gran Premio le quise hacer lo mismo pero ya El Alemán se había avivado. Lo malo que tenía Zatuszek es que era medio descontrolado con el auto y te podía hacer matar.”

En 1932 fue a correr a Indianápolis solo, con un Chrysler.

“Para ir tuve que empeñar las 54 medallas de oro que había ganado hasta entonces porque el intendente de Buenos Aires no permitió que se realizara un festival en la cancha de Huracán para recaudar fondos. Después mi mujer se equivocó con el plazo para retirarlas y perdí todos mis premios.

“En el trascurso de la carrera tuve un accidente cuando se prendió fuego uno de los tanques de abastecimiento y me quemé una pierna.

“Al año siguiente volvimos, aunque mi mujer se opuso porque tenía mucho miedo después de lo que había pasado el año anterior. Entonces le dije a Riganti que me acompañara como piloto oficial del auto y yo fui como suplente, o segundo piloto. De cualquier forma me pegué 64 vueltas al circuito durante la clasificación y terminamos 14º en la carrera.

“Yo era muy amigo de todos los estancieros. De Luro, de Duggan, de Macoco... Y todo fue porque un día uno de ellos, un rosarino que tenía un Hispano-Suiza, me vino a ver porque nunca podía ganar ninguna picada de las que se hacían desde el Monumento de los Españoles hasta Dorrego, por la avenida Alvear. Pasaban frente a la casa de los Luro que es esa donde ahora está la embajada de Norteamérica. A veces venía Alvear a picar y también estaba Federico Lacroze, que tenía un “Hispanito” de carrera. Entonces yo lo cité al rosarino (ni me acuerdo el nombre) para que nos encontráramos detrás de los filtros de Obras Sanitarias, donde había un pedazo de camino del bajo pavimentado. Allí le enseñé algunos de mis secretos... de la forma de ir en segunda o en primera y peinar el embrague para que el motor, girando en vacío, levantara vueltas. Así fue como en la picada siguiente el Hispano del rosarino llegó primero a Dorrego. Hasta ‘el guindado de los uruguayos’. Y se llamaba ‘el guindado’ porque estos uruguayos que eran dos hermanos grandotes traían de Uruguay un guindado con peppermint en damajuanas; era un corralón donde iban todos los vareadores de caballos —como ellos— a comer buseca y minestrón.

“Después de eso me vinieron a buscar todos ellos y me llevaron al ‘Armenonville’. Pidieron champagne (muchas botellas de Pomery, que costaba en aquel entonces dos pesos cincuenta). Arrimaron cuatro mesas y me sentaron encima. Las chicas del cabaret no entendían nada, y me pidieron todos ellos que les enseñara mis secretos. Eran todos muy buenos y me querían mucho, a pesar de que yo era muy humilde, tenía un taller de motos.”

Hoy quiere enseñarle a manejar a todo el mundo. Revelar sus secretos, rebelándose contra la forma de manejar “acostados” de hoy en día, o renegando de las gomas anchas, que “así cualquiera maneja...”

“Lloro cada vez que me entero que un chico joven se mata en un accidente automovilístico. Pero lloro de verdad, con lágrimas. Porque si todos me hicieran caso podrían vivir 80 años sin tener accidentes.”

¿Y cómo decirle que no? ¿Cómo explicarle que la victrola ya no es más a manija y que de Rosita Quiroga o el tango “¡Alma!” solamente queda el tic tic de la púa, sin nadie que se levante a darle manija?




ARTICULOS DEL VOLUMEN II

nota Anasagasti fue el primero
nota Empecé a correr allá por 1908
nota Mercedes Benz SSK
nota Vauxhall 30-98 Tipo OE 1924


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